

Literatura

Poemas

Pastoras
¡Cómo me gustaría pintar pastoras! Las amo como si tuvieran un parentesco cercano conmigo. Son como un fuego que se enciende en las hojas y se consume en las flores. Son la gloria de los terrenos áridos.
Tan sobrias, que se conforman con unas pocas gotas de agua, y tan ellas, que no necesitan de mimos para florecer y propagarse y brillar esplendorosamente. Son hijas del sol y amadas de los trópicos, y tienen una altivez y una exuberancia propias de los países cálidos.
Son provocativas e insinuantes y llevan el veneno en sus venas, el fuego en sus hojas rojas, y en las preciosas copas de esmeralda y ámbar, la magia de los ojos verdes, la atracción de las sirenas y el misterio del mal…
A veces me parecen bacanales ebrias de luz y de sol, y a veces me parecen chispas purísimas que brotan de la inmensa fragua del Señor, y se extienden por el mundo para adornar los caminos y los parajes solitarios en diciembre, cuando el Dios Niño viene a visitarnos.
¿Amará el Dios Niño a las pastoras?
Mi Diosa
Mi diosa es como una sensitiva. Siente la caída de la hoja de un árbol; el roce de las alas blandas de una mariposa, y el aleteo de un pájaro en la sombra.
Lo mismo ama la frialdad de la luz de la luna que el ardor del sol.
Es una ánfora llena de amor para todas las cosas. En sus ojos cabe el infinito.
Tiene la sombra de las cavernas y el fulgor del sol en las cumbres serenas.
De toda ella emana el amor. Irradia de su frente, se diluye en sus ojos, se vierte sobre su cuerpo y la envuelve toda en una llama.
Es el ritmo encarnado, el dolor hecho carne. Mi diosa lleva sobre las sienes el casco de oro de Palas Atenea, en los ojos la visión del infinito, y en las manos un pebetero.


Somos Arquitectos
Ya lo dijeron el poeta y el apóstol San Pablo.
Lo dijo Longfellow con frase galana y lo dijo el santo con magnifica sencillez.
Somos arquitectos en la medida de nuestras fuerzas, trabajamos en la construcción de nuestras vidas.
Cada acto, cada pensamiento, cada palabra, deja una huella en la carne, en el templo del alma.
¡Señor, que construya su cuerpo con primor, que no haya en él nada imperfecto, que responda al ideal del espíritu que en él se aloja!
Que quede en su cuerpo escrita una historia limpia, tejida por el ensueño, ornada con delicadeza y con el primor con que las hadas construían los templos de las princesas.
Haz que ritme con la belleza de su cuerpo con la excelsitud de su espíritu.
A la luz de la luna
Una tras otras van pasando las «chivas», cargadas de bananos, frutas o atestadas de pasajeros.
Los niños del pueblo interrumpen el paso y el chauffeur se ve obligado a detenerse repetidas veces a esperar hasta que se disperse el grupo de chiquillos que canta y ríe a la luz de la luna.
Yo evoco el recuerdo de mis días de infancia, y pienso en aquellas noches diáfanas, en que, como estos chiquillos, jugaban en la calle, y en que el boyero, no el chauffeur, tenía que detenerse mientras nosotros acabábamos de cantar:
«Yo soy la viudita
del conde Laurel,
que quiero casarme
y no hallo con quien.»
Y el coro contestaba:
«Pues si eres tan linda
y no hallas con quien,
escoge a tu gusto,
que aquí tienes cien.»
Ante mí surge de nuevo, la luz de la luna, y en la dulce paz campesina, la figura graciosa y sutil de la
chiquilla que, al colocarse en el centro, cantaba:
«Yo escojo a…
por ser el más bello,
el blanco jazmín
de Mayo y Abril»
Este ir venir de las «chivas» a la luz de la luna, trae a mi mente el recuerdo de una infancia feliz.
Por eso me enternece ver jugar a los niños, y pido a Dios, en esta hora de quietud, que bendiga la ronda en que cante mi hijo, en que juegue y ría con los niños, y que su bendición caiga también sobre estos pequeños que han servido de puente entre Él y yo.


Meciendo a mi hijo
Al mecerte en mi regazo siento el mundo entre mis brazos, el corazón lleno de paz, el alma enternecida y una dulzura infinita.
Quién no ha mecido a un hijo, tendrá siempre una nostalgia
de un mundo que sin conocer ama.
¡Qué dulce me pareces, qué tierno y qué necesitado de cariño! Yo que encuentro placer en dar, voy a darme toda a ti. En tus sienes de lirio, en tu ojos grandes y claros y en tu gestos lleno de venturanza encontré mi camino.
Tus brazos son la senda amada que recorre mi corazón. Tus ojos, las estrellas y los soles de mi mundo interno.
Una llenura interna llena todo mi sér cuando tengo en mi regazo mi niño dormido.
No has muerto
En la vida te doblegó el dolor
y serenamente lo soportaste,
en torno tuyo dicha brindaste,
y quedó en tu camino luz y amor.
De tus hijos diste luz a sus razones
para que alumbre de esta triste vida,
la estrecha senda por ti recorrida,
y amor te nombrará en sus corazones.
En tu alma pura no encontró cabida
jamás una idea que no fuera noble
y por eso lloramos tu partida.
Te levantaste airosa como el roble
y tu naturaleza fue destruida
pero de tu alma la belleza es doble.


Nostalgia
El día avanza lentamente y el sol va prendiendo en todas las cosas rosas amarillas.
La calle entera me parece una convaleciente tendida al sol, y el portón de la casa de enfrente, una gran boca desdentada que a cada rato se abre para bostezar. La tierra está muriendo de lasitud.
Los geranios del balcón apenas si se mueven, y las carretas rechinan al pasar frente a mi ventana.
Hay una terrible tibieza en el aire y una vaga melancolía va penetrando en mi ser. Es algo así como una nostalgia de épocas distantes...
Es la nostalgia de la vida cuando la tierra ardía y yo era una llama azul. Es la nostalgia de las horas en que besaron mis pies y mis manos los gnomos.
Y es sobre todo la nostalgia de todo lo que es ígneo, de todo lo que abrasa...
Por eso nací en los trópicos y amo al sol...
Gracias, Señor
Gracias, Señor, porque en mis cabellos encontraron reposo sus dedos de azahar, finos y fuertes.
Gracias porque en el remanso de mis ojos paladearon los suyos la más intensa ternura.
Gracias porque en mis palabras encontró su corazón la nota perdida.
Gracias porque mis brazos fueron una senda que sin desviarse recorrió su espíritu, y porque en mi regazo estuvo su cabeza mientras contemplaba el infinito.
Gracias porque el contacto de sus manos dio alas a mi espíritu y santificó mi forma.
Haz, Señor, que mis cabellos por el milagro de sus manos, mis ojos por el de la ternura, mis brazos por el del acercamiento a su corazón, y mi regazo por la gestación de sus ideales mientras se apoyó en él, conserven siempre sus dones.


Te siento
Te siento en las orlas de oro del ropaje de la tarde porque tienen el destello de tus ojos, en la sombra misteriosa que las sigue; porque, como tú, es un símbolo; en las estrellas que tienen luz propia, porque allí está de cuerpo entero el signo que la naturaleza me hace en ti; en la música de las estrellas porque todo en ti es armonía.
Te siento en mí.
Ritmo
El mar... el manglar... la luz rosada... Tú... Quietud vespertina que evoca el silencio augusto de los templos solitarios que iluminan las lámparas votivas.
En la frágil arena escribe el sol su poema dorado y al caminar delante de ti va echando el oro a tus pies.
Las lanchas de los pescadores dejan una estela que ritma con la belleza de la estrella blanca en el fondo rosado de los cielos.
¿Es la luz, es el mar, es la hora o eres Tú? Algo hay que ha dado mi nota y mi alma se ha puesto a cantar.
Cantan también la estrella, ahora azul, el mar fosforescente, las arenas frágiles y el manglar.
Tú estás en todo lo que yo amo y por eso todo se ha puesto a cantar...


Fuego
El horizonte se baña en sangre y el último rayo de luz de la tarde al caer sobre tus cabellos los transforma en llamas. En el fondo de tus pupilas hay un incendio y tu boca es una brasa.
En el cielo y en tus ojos radiantes, una ansiedad...
Poco a poco vencen las sombras a la luz, y cuando mi alma más te siente, y se arrodilla para bendecir las tinieblas, se interponen entre tú y yo el millón de ojos de la noche que siguen hasta mis pensamientos y te alejan de mí.
Las sombras me visten de negro, recogen mis manos vehementes; las ponen sobre mi corazón y amortajan uno a uno los frutos de mis callados anhelos para incinerarlos después.
En la quietud de la noche oigo el rechinar de la carne rosada que ante mí queman y el crujir de los huesos.
Las sombras se alejan y las cenizas se coronan de luz al rayar el sol, y mis manos crispadas y llenas de surcos, oprimen contra el pecho el corazón.
El buzón
Siempre en la esquina, vestido de verde, indiferente e inmóvil, como un fakir de la India.
Aunque el dolor lo consuma, o la piedad lo enternezca, su gesto es siempre el mismo, nunca cambia.
A él voy todos los días con un gran cariño, con una gran tristeza, con una terrible inquietud, o con mi carga de ensueños.
Ni siquiera me mira, recibe mi carta y cierra sus labios marchitos y sabios, y después, el chasquido, el grito, el murmullo, el golpe seco o el ¡ay! me dicen
lo que siente el buzón.
¡Ah! ¡él sabe que hay manos de manos! Él conoce las cartas escritas por las manos de la novia, por las manos del trabajador, del poeta, de los buenos y
de los malos.
Hay manos que al tocarlo lo queman y manos que lo acarician, como hay cartas que queman y cartas que acarician.
Por el buzón pasan todos los días mensajes de amor, de angustia y de esperanza.
En su corazón hay ansias infinitas, se devoran odios, se encienden pasiones, se agitan la vida y la muerte y él permanece siempre impasible.
¡Dichoso que ha visto lo mejor y lo peor de la vida, que la conoce ampliamente, que ha sentido el fuego de las manos apasionadas y el milagro de las manos buenas!
¡Feliz porque lleva por dentro la pena o el goce, sin que su gesto se altere, ni la marcha de las cosas se interrumpa!


A un desconocido
He visto el sol coronar de amatista las montañas al atardecer; he visto el oro y la púrpura del paisaje tropical; el manto regio con que se visten las colinas en el verano y la sangre de los cafetos destilando gota a gota de las ramas; y he pensado en ti, a quien no he visto nunca.
He oído el jilguero cantar, el murmullo de la fronda, el diálogo de los campe sinos que se alejan felices por el trillo, que se pierde en la distancia, allá junto a la montaña donde la fuente ríe, y he pensado en tu voz.
Tu voz que tiene todas las cadencias, que puede dar la nota más alta y la más baja, y que yo no he oído jamás.
He tocado el musgo blando, la hierba recién nacida y las rosas aterciopeladas, y he tocado las rocas duras, y he pensado en tus manos.
Tus manos blandas y fuertes, tus manos blancas, por la inquietud surcadas, tus manos misericordiosas y terribles...
¡Oh manos que no he tocado nunca!
Las granadas abiertas me hacen pensar en tu boca. Mis labios conocieron el sabor de las granadas, paladearon el vino, oraron y acaso maldijeron; pero mis labios no conocieron nunca los tuyos.
La luna como una enorme lágrima de fuego, tiembla en el espacio, sobre la cúpula del templo.
Cuando salgan las estrellas ya me habré hundido en las tinieblas.
María
Dichosa tú que viviste la vida en toda su plenitud; que conociste el dolor y el amor; que te rodeaste de los grandes y de los pequeños, de los buenos y de los infortunados, y penetraste en el espíritu de todos sin culpar a los que no te comprendieron.
Dichosa tú que amaste las espinas y las rosas y encontraste belleza en las florecillas del campo, en la piedra y las cosas más humildes.
¡Cómo te diste cuenta de que cada uno da su nota en el conjunto del universo y de que la tonalidad anímica de cada ser es innata!
Tú lo amaste todo, lo comprendiste, y pasaste por la vida con una inmensa serenidad.
Todo en ti se consumó y tu vida fue fecunda en todas sus manifestaciones y pródiga en ternura.
Has dejado una estela luminosa en tu camino, y un sello de belleza en todas tus cosas.
¡Qué buena ha sido la vida con los que te amamos, al darnos el privilegio de tener alguna vez entre nuestras manos las tuyas!; de recrear nuestros ojos en el oro de tu cabecita rubia y en la blancura de tu cuerpo esbelto; que era el prisma a través del cual asumía la luz de tu espíritu los más variados matices
al iluminar tus ojos, tu rostro o tu gesto inolvidable.
No nos queda nada que pedirle al Hacedor, porque hasta el don de morir joven, bella y amada, te fue concedido.
Aún en tu lecho de muerte nos hacías evocar el recuerdo de la bella durmiente del bosque.
Llenaste ampliamente tu misión, y al cerrar los ojos, has dejado, como una proyección luminosa de tu ser, dos hijas en quienes vivirán los dones de tu espíritu.
Señor, gracias te damos porque nos dejaste amarla. Gracias porque se lo diste todo.


Oración
Dulce Señor, deja que florezca en mí la alegría. Dame un corazón que sea el instrumento de las más generosas acciones.
Purifica mis pensamientos para que el ambiente se llene de armoniosas vibraciones que engendren amor.
Deja que olvide todo lo que pueda turbar mi serenidad, encender odios, o crear pesimismo.
Señor, no permitas que la venganza encuentre campo propicio en mi corazón, ni que para medir mis aceros descienda al plano del lugar común.
Ya que por el amor voy a renacer en otro ser, haz que en él florezca mi corazón y que a mí no deba un temperamento melancólico, taciturno ni sombrío.
Perdona mis pecados, dulce Señor, y no le cobres una cuenta que no debe.
Presentimiento
Presiento que contigo la vida ha de cambiar. Que eres emisario de Dios mismo y traes un mensaje de paz, de amor y de perdón. Que por tí se hará en mí más intenso el deseo de avanzar, más ardiente mi anhelo de reformar todo lo que pueda ser para tí motivo de limitación, de angustia o de tortura.
Presiento que serás el incentivo constante hacia la lucha por los nobles ideales de la raza y del espíritu; hacia el establecimiento de la fraternidad y la comunión de las ideas.
Más que un presentimiento, es una divina intuición lo que tengo. Una absoluta seguridad de que vienes a purificar mi vida, a embellecerla con las gracias espirituales y a intensificarla con la dulce carga de una infinita responsabilidad.


Vanidad
Mi jardín ha amanecido lleno de rosas y a mí se me ocurre que el Señor las ha abierto para que mi hijo goce en su contemplación.
Las montañas se destacan altivas, se yerguen serenas y se perfilan en una atmósfera diáfana, y yo pienso en que mi hijo tenga el gesto osado y magnífico de las cumbres.
La brisa tibia me acaricia, mece mis rosales con maternal gentileza y pone una nota de dulzura en todo lo que toca, y de mi corazón asciende hasta Dios la súplica de que mi hijo sea dulce y afectuoso, y de que sus manos sean misericordiosas y de que en él se unan, en fraternal abrazo el valor y la ternura.
El sol fulgura esplendorosamente y yo sueño con el oro de sus cabellos.

Ensayos
Verso Libre
Siete siglos antes de la era cristiana, contemplaron los griegos, con asombro y admiración, las manifestaciones del intelecto femenino.
Las mujeres griegas habían sido admiradas por su belleza y por sus poderes psíquicos; pero no podría decirse que se las había admirado por su inteligencia, antes de que Safo brillase en el cielo intelectual de Grecia.
En la historia universal ocupa uno de los primeros puestos por se la más grande de las poetisas líricas, y la fundadora del primer club femenino de orden intelectual, y porque consagró todas las energías de su inteligencia y de su corazón a la elevación de su sexo.
Al nombre de Grecia están asociados los de las mujeres que se distinguieron en el campo de la literatura y de la filosofía, y la influencia de la mujer en el arte, en la política y en la educación no es nada nuevo porque como ya se ha dicho “bajo el sol no hay nada nuevo”.
Los videntes han tenido siempre el poder de comprender a la mujer, y por eso en las obras de Shakespeare, no encontraréis héroes sino heroínas.

Las mujeres de la Ilíada y la Odisea son parte integrante del alma de ambas obras y la influencia de la mujer, directa o indirectamente, puede sentirse en otra creación artística, ya sea un canto, una escultura o un verso.
Sin embargo , la mayoría de las veces, la obra silenciosa de la mujer pasa inadvertida, y son pocos los que asocian a la obra de un gran hombre la de una mujer amiga, novia, amante o esposa.
Pocos son también los hombres que han revelado al mundo el valor de sus relaciones íntimas con mujeres que en algún tiempo, en algún momentos de sus vidas, le señalaron la ruta o comprendieron sus aspiraciones.
Joyce Kilmer, el opera místico y viril de los Estados Unidos; el que conmovió profundamente el alma estadounidense durante la gran guerra, es uno de los hombres excepciones que se encuentran verdadero deleite en hacer pública su devoción por la Safo estadounidense, por la admirable AMy Lowell.
Esta mujer excepcional recuerda siempre a Safo, y sin embargo me siento tentada a llamarla la Aspasia norteamericana.
Y es que cualquiera que haya leído la historia de Grecia tiene que pensar en Safo en cuanto al lirismo de Amy Lowel y en Aspacia cuando pesa la intelectualidad de esta poetisa norteamericana, cuyas relaciones con el más humano de los poetas modernos, son en realidad profundamente conmovedoras.
Amy lowell desconoce las barreras del convencionalismo estrecho, es una libertadora de inteligencias y la creadora de una forma nueva.
Sus vuelos son quizá demasiado altos para que se la pueda seguir, pero Joyce Kilmer y Corinne Rooselvelt conocen el mundo de Amy Lowell y son el mejor exponente de sus ideas.
Lo intangible sólo se conoce a través del fenómeno, y la causa a través del efecto, y solo así se explica el que algunos de los poetas norteamericanos modernos hayan dicho, en repetidas ocasiones, que no comprender a AMy Lowell; pero los poetas franceses se han ocupado de estudiarla y la admiran profundamente. No solamente ha creado una forma nueva sino que ha transmitido el fuego sagrado de su inspiración a Joyce Kilmer y a Corinne Roosevelt.
Si la vida del poeta que se sacrificó por sus ideales de la fraternidad universal, y que iluminó con su presencia y con su verso los campos de la batalla, no hubiese estado profundamente saturada del coraje de Amy Lowell y de su grandeza, Joyce Kilmer no habría podido morir como un cisne, ni su verso habría tenido la sonoridad que tiene; y lo que es más, su verso podría haber sido bello pero nunca hubiera sido verso libre.
¿Y qué diremos de Corrine Rooselvelt, cuya admiración por Amy Lowell la ha dignificado hasta el punto de capacitarse para comprender su espíritu independiente y los vuelos de su inteligencia?
Sin la influencia de Amy Lowell, Corinne Rooselvelt habría sido una mujer de acción como lo fue Teodoro, su hermano, y habría sido poetisa también, pero su verso jamás habría sido el verso lírico, libre, vibrante que todos conocemos.
La obra de Amy Lowell, de esta admirable poetisa, que a veces recuerda a Aspasia y aveces parece la encarnación de Safo podrá no subsistir; esa es una cuestión bien discutida en los centros literarios de los Estados Unidos; pero el nombre de Joyce Kilmer evocará siempre el de Amy Lowell, y pensar en Corinne Rooselvelt sin pensar en ella será tan difícil como contemplar a Cástor sin estremecerse de emoción ante la luz de Pollux.
San José, Junio de 1922

Hogar Nacional
Decir niño es decir ternura, esperanza y amor. Es decir unión entre los pueblos y las razas.
El desfile del 15 de septiembre fue profundamente conmovedor porque fue el desfile de los niños, de los intereses de la nación.
Fue el desfile del amor hecho carne, del ideal cristalizado, de la esperanza y de la inquietud.
¿Cuántos de los niños que llevaron los estandartes por las calles el 15 de septiembre podrán llevarlo el año entrante?
¿Cuántos al llegar del desfile encontraron un cuarto claro, cómodo y tranquilo para descansar?
¿Cuántos de los niños que contemplamos en el desfile pudieron llegar hasta el Templo de la Música sin que les faltaran las fuerzas para hacerlo?
Los guiñapos humanos que la vida arrastra por las calles y arrincona en las tabernas o sepulta en las prisiones, tal vez fueron una vez niños hermosos, con hoyuelos en los codos y en las rodillas rosadas.
Los harapientos carisucios que venden periódicos, limpian zapatos y explotan al turismo que llega, y los niños que pierden el pudor y piden limosna, quizá fueron niños hermosos al nacer; ¿pero cuántos de ellos tuvieron una que se dijera a sí misma, mientras su niño estaba en la cuna?:
Si el sol es tan bueno
mi niño es mejor:
¡retoño de mi alma
que solo es amor!
El agua es tan pura,
mi niño es mejor:
¡bebió de mis senos
tan solo fulgor!
El pan es tan santo
mi niño es mejor:
¡lo ungí con el llanto
de mi corazón!
¿Cuántos tuvieron quien les contará cuentos como los de la Tía Panchita, los de Andersen o los de Perrault?¿Cuántos se sentaron junto a la lumbre en las noches lluviosas a oír leyendas y aventuras?
Los niños tienen tanta necesidad de aventuras y de cuentos como de alimentos. El alimento es para los niños lo que es la savia para las plantas, los cuentos son para su espíritu, lo que es la luz para ellas; pero lo que más necesitan ambos es amor.
Las almas anónimas, los niños sin hogar, los niños que no estuvieron nunca en el regazo de la madre son las víctimas de un crimen nacional urdido por los que formamos la patria y los que han hecho las leyes. El delito es nacional y para niños esos niños hay que crear un hogar nacional también. Allá en las cercanías del volcán Irazú, donde los ojos de los niños se encuentran con la cumbre majestuosa desde donde se dominan los mares; allá donde el aire puro y las aguas puras, enciendan las rosas de sus mejillas; donde el contacto con la tierra los hagas puros y los haga amarla y defenderla en vez de dejarla en manos del extranjero a cambio del oro.
Los que entregan la tierra para vivir en el lujo y el libertinaje mediante el oro, son como las prostitutas que dejan su honor hecho jirones en la vida desordenada para llevar brillantes en los dedos y diademas de perlas en la cabellera.
Un hogar nacional despertará el más intenso cariño por la tierra si se pone allí a los niños a estudiar las ciencias naturales al sol, en pleno campo, al aire libre.
La escuela ideal dejará de ser una utopía, cuando de todos los rincones del país se recoja a los niños sin hogar, a los débiles y a los que estén en peligro de una enfermedad y se les lleve a un lugar que sea la escuela en que los educadores modernos vean realizar sus aspiraciones. Una escuela en donde se aprende haciendo, en donde se adquieran hábitos de limpieza que nuestro pueblo no tiene, en donde los niños vivan asociados con los maestros siempre. Maestras que crean en la universidad de la vida y en la escuela como institución social de cultura estética, intelectual y ética.
Mientras no haya un hogar nacional, mientras la escuela no abarque la vida entera con todas sus actividades, mientras no haya comprensión de lo que los niños de una democracia necesitan, no será posible hacer patria.
El 15 de septiembre no es el único día en que se debe pensar en la patria.
Hay que pensar en ella todos los días y vivir para ella.
Hacer patria es dictar leyes sanas, cumplir las que existen, proteger a los niños y sobre todo servir.
El libertador de América que soñó con un continente rico y poderoso, dedicó su vida y sus actos al servicio de las naciones de América. La obra de todos los filósofos y pensadores se ha llevado a cabo con el deseo de servir a la humanidad. Los descubrimientos científicos valen por el servicio que prestan. El valor de todas las cosas depende de su utilidad.
La mujer o el hombre que en Costa Rica presten mejores servicios a la patria será el que valga más.
Servir a los niños es lo más que se puede hacer por el país.
Hay que llevar al Congreso hombres que trabajen por qué se le dé impulso a la agricultura en todas partes; por que se mejoren las condiciones de vida en los campos, por que en cada pueblecito así como hay una iglesia, haya un baño público, una biblioteca y un club donde puedan reunirse hombres y mujeres a discutir, a leer y a comentar los asuntos locales de interés general.
Hay que trabajar por que los que vayan al congreso, al Ministerio de Educación Pública y al Ministerio de Guerra, conviertan estos en centros de investigación y en escuelas verdades donde se resuelvan los problemas de la vida pública.
De la escuela tiene que salir estos hombres si se les enseña a amar la tierra, como salieron de las escuelas de Alemania hombres que tenían en las venas el imperialismo y el militarismo, porque eso fue lo que aprendieron en ellas.
El tipo de escuela corriente no los dará jamás, pero la escuela de la colonia permanente podrá al menos dejar una aspiración en el corazón de los niños, si en ella se vive la vida sin artificialidad y si allí se les enseña a los niños a vivir. La enseñanza abarcaría desde la oración de la mañana hasta la de la noche. Todos y cada uno de los actos de los niños deberían ser motivo de investigación psicológica y de estudio.
La escuela que no separa las actividades domésticas y sociales de las escolares es la verdadera escuela, es la que despierta y cultiva vocaciones y la única que puede orientar las vidas.
Para Bolívar y para los próceres de la independencia, para José Martí y para los que quieren la unión latinoamericana no habría nada más satisfactorio que ver en los Congresos, en los Ministerios, en las legaciones, en los colegios y el solio presidencial, a hombres conscientes de su posición y de los destinos del país. Y estos hombres y las mujeres que han de regir los destinos de América son los que hay que alentar, que cuidar y que amar. Han de ser como los jóvenes de Platón: sabios y sanos. Bellos como Apolos, viriles como José Martí y como él sensibles, justos en los sus juicios como José Enrique Rodó altivos como Bolívar, tiernos y dulces como Gabriela Mistral.
El establecimiento de un hogar nacional será la más profunda lección de civismo que se pueda dar, y los maestros del país, las municipalidades y los ciudadanos que quieran celebrar la independencia cada día de su vida no deben esperarse a que llegue el 15 de septiembre. Deben ayudar a la colonia permanente en la medida de sus esfuerzos todo el año. Despojándose de sus haberes o sacrificando sus apetitos. El sacrificio puede ser muy pequeño y el resultado es muy grande.
La independencia será un mito mientras haya hombres esclavos de los vicios, mujeres esclavas de sus maridos, niños esclavos de sus padres. La independencia no existirá jamás, mientras haya ebrios, enfermos y mendigos. Será una farsa mientras se explote a la clase obrera, mientras se venda la tierra a los extranjeros y mientras haya juventud sin ideales y sin aspiraciones.
¡Que todos los ciudadanos de Costa Rica sientan más amor por los niños!
¡Que todos los padres sientan mayor responsabilidad por los hijos que han traído al mundo !
¡Que la mortalidad infantil disminuya! Que los jóvenes tengan devociones y aspiraciones y que los hombres y las mujeres sientan que los niños son su mayor tesoro y todos en coro pensando en los hijos de su carne, en los de su mente o en los de su ensueño, canten como una madre llena de ternura:
Si el sol es tan bueno
mi niño es mejor:
¡retoño de mi alma
que solo es amor!